Hoy es un día especial, así que os regalo la lectura de los capítulos IV y V de "El final de todos los inviernos". ¡Disfrutadlos!
IV
Poco antes del amanecer había llegado a la ciudad.
Ocultándose en las sombras menguantes de los callejones y rincones, fue
avanzando, adentrándose en la gran urbe. Consiguió esquivar a todos los humanos
que le iban saliendo al paso. Buscaba un lugar donde poder estar solo, a salvo
de las miradas, tanto de hombres como de ángeles, y concentrar sin
distracciones su esencia para localizar la fragancia del alma de Batshemesh.
Sabía que se encontraba en aquella ciudad que poco a poco se despertaba y
desperezaba, llenando sus calles de ruido y ajetreo. Estaba seguro que en alguna de aquellas
calles, en alguno de aquellos edificios, encontraría a su amada.
Sus manos reconfortadas por el Don de la carne, de
nuevo fuertes, compensaron la debilidad de sus alas negras y logró trepar sin
muchas dificultades a lo alto de una vieja fábrica reconvertida en museo. Se
detuvo en mitad de la azotea, rodeado de bidones de metal vacíos y herramientas
oxidadas, olvidadas. Tenía la esperanza de poder contemplar, milenios después,
la luz del sol y disfrutar de su calidez. Aquella sensación perdida sería lo
más cerca de Dios que nunca volvería a estar. El amanecer avanzó lento, y
cuando sus ojos creyeron percibir la curva silueta del Gran Astro, una
repentina tormenta, al igual que nubló el cielo, dejó a su negro corazón si el
deseado calor. La mañana se tornó oscura tarde, como si la noche fuera a caer
tan repentinamente como aquella lluvia maldita.
De pie, mirando al cielo sobre su cabeza, empapado,
pasmado, de nuevo cansado y sintiendo gran aflicción, cerró los puños al tiempo
que sentía aquel olor en el ambiente, un dulce aroma en el agua que caía cruel
y despiadada.
-Lágrimas de un ángel –murmuró para luego gritar,
rugir-. ¡Lágrimas de un esclavo!
Sabía muy bien qué significaba aquella lluvia. Su
fuga había sido descubierta y su caza estaba en marcha. Lágrimas de un ángel
para ocultar a todos los ángeles que pisaran de nuevo la tierra. Ellos no
necesitarían comer carne humana, ni desfallecerían ni perderían su fuerza y su
luz por mucho tiempo que allí permaneciesen. Pero aquella circunstancia, aquel
camuflaje, a él también lo favorecían.
Le habían descubierto demasiado pronto. Araziel no
era el primer Caído que lograba escapar del Infierno, pero jamás ninguno de sus
predecesores había regresado al Infierno. Si habían sido cazados o lograron
esconderse y pasar inadvertidos entre la humanidad era algo que ignoraba. No
sabía cómo moverse por aquel mundo que desconocía, que había cambiado demasiado
desde la última vez que lo pisara. Miraba a su alrededor y sólo distinguía
enormes moles de piedra, acero y cristal, construcciones donde ahora vivían los
hombres. Lejos quedaba el Edén y sus verdes praderas, sus ríos cristalinos, sus
selvas, lagos, mares, montañas y bosques.
De pronto sintió el ruido, la suciedad, el
penetrante mal olor de la sociedad humana perforando sus sentidos. En su cabeza
resonaba el eco de la fuerte lluvia golpeando con furia aquel paisaje que le
angustiaba.
Pero abrió sus alas, desafiando a los elementos, al
miedo y a la desesperación, mostrándose al cielo con una decidida mirada de
desafío y rabia.
-¡Escúchame -gritó a pleno pulmón, elevando su voz
por encima del ensordecedor repicar del agua, de los truenos y el tráfico de la
calle-, me he liberado de tus cadenas, he roto tu Ley, tu Palabra, tu Voluntad…
He venido a tu Paraíso por ella, para borrar las tinieblas de su vida… Yo,
desde la oscuridad en la que me condenaste a resucitar, cruzando desiertos de
dolor y olvido, a través de mares de locura y desesperación, he venido a
liberarla… aunque mi esencia se desvanezca en el Tiempo… la victoria será mía!
V
No puedes dormir, esta noche tampoco. Resígnate,
enfádate tanto como quieras. Estás sola, tan sola como cada día, como cada
noche, como siempre, desde que recuerdas, porque sabes bien que nadie quiere
estar a tu lado. Laméntate. Llora.
La angustia entra en tu pecho como un cuchillo
corta el aire, sin resistencia. Siéntela agarrar tu corazón y apretar con
fuerza. Sigue llorando, quizá no puedas caer más bajo. Ya no te queda nada por
lo que vivir. Nunca has sido una luchadora, nunca el valor fue una virtud en tu
mirada. La vida te ha ido dando golpes, tantos como ha querido, y tú nunca has
podido hacer nada, salvo llorar, gritar, lamentarte, preguntar porqué y caer en
la espiral de la desdicha una y otra vez.
Tu infancia siempre vuelve, siempre a estas horas
de la noche. Recuerda a tu madre, que siempre supo que no eras su hija y nunca
te miró con amor. La verdad es que nunca te quiso, lo sabes. Tu padre ausente,
desentendido de tu lamentable vida… pero no puedes olvidar, porque la culpa es
tuya, siempre lo ha sido. Ni sus voces ni sus miradas podrás jamás apartar de
tu memoria, tatuadas en tu negra alma. Se apagarán sus vidas por tu culpa, por
el dolor que causaste, y eso te atormentará hasta el final.
Recuerda.
Sufre.
Pero despierta, no tienes
derecho a dormir. Esta noche tampoco.
Frente a ti siempre ese horrible televisor,
compañero en tu soledad. Observa la estupidez humana de la cual tú eres parte,
triste y amargada mujer.
Nadie soporta tu compañía, nadie necesita tu amor.
Vivir en esta soledad es lo mejor que te puede suceder. Convéncete de ello.
Cada hombre que ha pasado por tu vida ha huido cansado, arto de tus vacías
palabras, de tu falta de amor propio y la desgana que destilan tus actos. Estas
sola, ese es tu destino.
Hoy te han
echado del trabajo. Piénsalo, es culpa tuya, toda tuya. Fuma, pero no te
sentirás mejor. Ni el alcohol puede esta noche consolar tu corazón. La
estabilidad que tanto buscas se esfuma al igual que el humo del cigarro. Se
consumen tus días, y en tu mirada frente al espejo lo puedes ver. Esa mujer que
se refleja cada día te es más ajena. Quizá debas ir pensando en deshacerte de
ella para siempre.
Vuelve a despertar. La cama es incómoda. Por mucho
que te muevas no lo solucionarás. El sudor de tu piel es como una sábana pesada
y oscura, cargada de miedos y pesadillas tan reales como la mísera vida que
arrastras. No lo olvides, tú eres la culpable de tu miseria.
La muerte puede ser una solución a esta vida. Pero
eres tan cobarde que ni para suicidarte vales. Despierta y llora, no dejes de
hacerlo. Tantas veces como has cogido una cuchilla y nunca has dado el
siguiente paso. Tampoco desde la altura has encontrado la salvación, el fin.
Pero esta noche que pronto terminará debo decirte
adiós. Hoy escribiré en tu alma el final de tus días, otra vez.
Así pues, cuando salga el sol, si logra hacerlo a
través de la incesante lluvia que bendice esta tierra impura, vas a encontrar
el valor, por fin, para dar por terminada tu existencia.
Irene abrió los ojos asustada, gritando, sudando y
temblando. Se llevó la mano al pecho, al corazón, pues tenía la sensación de
que algo se lo había arrancado de cuajo. Su respiración se entrecortaba a cada
bocanada de aire que entraba en sus pulmones. Se sentía terriblemente agotada,
desdichada, cansada de vivir.
Encendió el último cigarro que le quedaba en la
mesilla de noche y lo fumó mientras su mirada se perdía más allá de la lluvia
que caía incesante al otro lado de la ventana del dormitorio. La luz de los
intermitentes relámpagos la iluminaban, dotando a su piel de una palidez
mortal. Aplastó la colilla en el cenicero que reposaba junto a la cama, en el
suelo, y volvió a tumbarse. Se tapó y acurrucó, y comenzó a llorar, otra vez.